2.17.2011

Chop

En la memoria de una estrella que dejó de transmitir su luz, escucho por primera vez una melodía que alguna vez ya había oido. En tantas ocasiones tal pieza colmaba de placer al oido y enriquecía el espíritu, pero al parecer no estaba listo. Fue hasta la dirección de M y una ligera sensibilización que virtuosamente logró prepararme para la dicha de esas notas en consecuencia decadente.

En la memoria de esa estrella que se fundió al infinito y absoluto, fue que vibré al ritmo de las cuerdas del piano y resoné desde mi alma con los suaves golpeos del martillo sobre el metal tenso.

En ese juego de saber donde termina la historia, pero que nos dejamos hipnotizar por quien la relata, en un vaivén de emociones que van abriendo paso a conversaciones inconclusas que nunca se tuvieron y abrazos que se dieron con el corazón.

En ese trote de sonoridad viajamos de un sonido a un recuerdo; recuerdo que converge en sentimientos puros. Hay vida en ese instante frugal y efímero. La secuencia desencadena pasos cada vez más cercanos al desenlace, las lágrimas son lluvia que fertiliza la inmortalidad de la estrella.

Finalmente llega esa última nota extasiante, dulce y certera del final. Se siente correcta y nos recuerda que era lo que esperábamos; pero excede nuestras expectativas...

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