4.25.2013

Lykkelig

La luz que se escurre entre las hojas de los árboles dibuja un mar de sombras y contrastes sobre el suelo húmedo, como si cardúmenes interminables bailaran por debajo de la superficie y ese baile de luces dibujara lo que se siente en cada paso descalzo sobre el pasto. El aroma fresco del rocío se enreda en el espíritu alegre y sonriente, una sensación envolvente, cada segundo efímero se vuelve parte del infinito placer de la eternidad. El viento susurra nubes del otro lado del mar. Transportarse en el aliento de un diente de león, flotando sin prisa por los ríos de luz, interactuando con cada roce de energía durante el viaje. Ligero y hermoso.

Una gota, cae, vuela, vuela, vuela, vuela... un recorrido sin igual desde la gran boca de la cascada hasta el fondo profundo. Al fin un sonido imperceptible se entrega al contaco suave del reencuentro. Nadan gotas, peces y cuerpos desnudos. Todos se mueven, se llevan, son causa y efecto de ellos mismos; pero nadie lo disfruta como ellos, dos amantes que se encontraron en ese paraiso tan lejano de sus orígenes. Cada tacto, de piel y de agua, de gota y pez, de caricia y lengua, es vibrantemente suyo. Las ondas los mueven sin buscarlo a la orilla tranquila, al lecho virgen de su mundo. Pupilas dilatadas, pezones erectos, respiración agitada, poros abiertos, piel ruborizada, contracciones involunrarias. Un camino sinuoso de besos decendentes, desde la boca hasta la base del vientre, manos traviesas, la lengua continúa el camino que dejaron los labios, apenas tocando la piel que recorre. Cambia la textura y el sabor, la lengua se pierde en momentos y regresa a un clítoris exitado. Los sonidos del la cascada y el viento ya son un eco que acompaña los gemidos y suspiros...

Así se pierde la ilusión del tiempo, así feliz.

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