1.04.2009

Atrapen a los elefantes rosas de la bodega.

En el vasto sonido del silencio irrumpe una palabra seductora, con fragilidad el oido despierta de su trance eterno. El fuego se dispara y se dispersa, esa palabra crece y se acompaña. Ninguna igual, todas bellas: se materializan en cuerpos desnudos. No se tocan, es una orgía de sonidos mudos, expresiones sordas, movimientos ajenos, mentes en blanco.

Mi colmillo perfora lenta y cuidadosamente su cuello desnudo, la eternidad es mía, pero yo la quiero a ella. Ese suspiro me llena de vida, ese sollozo delicioso con tintes de exitación provocada, me fascina.

La transición es infinitamente placentera, ya no hay dos, solo existe una transformación hermosa. Fruto de tal, un bello varón: producto de su deseo y mi pasión, su imaginación es tal que nuestra realidad parece ficción. Y lo es.

A pesar de nuestra inmortalidad, nos hace ver viejos y poco creativos, lo mismo que nos hace sentir vivos y con sentido. Su sonrisa es mortal e hipnótica, nada le pesa no hablar todavía. Es feliz y vigoroso.

Se escucha un ruido en el casitllo y habla por primera vez: "Atrapen a los elefantes rosas de la bodega".

Nosotros reimos y él... también.

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