11.03.2011

V

Mi cuarto tenía ventanas que daban a uno de los empedrados, del otro lado del empedrado había un guayabo. De ese guayabo tomé frutas, ramas y recuerdos. Recuerdos que me acompañaron de regreso al cuarto.

En ese cuarto escuché cánticos en sánscrito, vi manifestaciones de energía, me desperté de sueños y pesadillas. También me desperté muchas mañanas antes del amanecer, particularmente antes de clases para escabullirme fuera de casa, a la brisa de la mañana que roba el vaho de manera lenta y sublime, a el aroma de tierra húmeda y fresca.

Salía descalso, una playera y pantalón, siempre en busca del mismo destino: la caballeriza. Más que el acerrín o las herraduras oxidadas, más que el placer de salir de la casa, era la aventura y la complicidad de tomar un caballo cuando debería estar preparándome para clases.

Todos los recuerdos terminan igual, con mi mamá apurada manejando con la puerta del bocho abierta, buscándome y encontrándome con los zapatos y mi cambio de ropa listo para ir a Piolín, mi jardín de niños, mientras me cambiaba en el camino.

11.02.2011

IV

Alguna vez en la escuela, debía ser primero de primaria, recuerdo que me gustaba pedirle una moneda de esas que tenían a Sor Juana a mi papá, justo antes de bajarme del carro. Desde que la tenía en mis manos ya podía sentir el pequeño "batimovil" de plástico negro, el mismo que tenía un orificio en la parte de abajo, al abrirlo econtra dulces muy ricos que también ya podía saborear; el sabor era tan agradable para mi, que hasta tiraba a la basura el "batimovil" en cuanto vaciaba el contenido.

En esa escuela teníamos que atravesar nuestro patio, el de secundaria y hasta el de prepa para llegar a nuestras clases de computación. Recuerdo que me apenaba mucho pasar por los de prepa, las niñas me "molestaban" con mis ojos y siempre la pasaba mal. Jamás me imaginé que sus intenciones eran buenas. Lo bueno es que una vez en las computadoras, podía jugar el resto de la clase y olvidaba todo malestar.

En esa escuela, llegué a robar lo que me gustaba del almuerzo de otros compañeros mientras ellos jugaban en el primer receso. Llegué a comer tierra para demostrar que era muy muy y también exploré el "deshuesadero" de bancas y pupitres rotos y oxidados.

Fue ahí donde más tarde compraría un pollito que llevé a casa y del cual no recuerdo nada más.

11.01.2011

III

Recuerdo que nos gustaba visitar a una de nuestras amigas e ir a su casa. Su casa estaba justo al lado de la de sus papás. Su papá, que era francés, solía comer la sopa bebiendo del tazón y con las manos en la medida de lo posible, también solía sentarse con ambos pies sobre la silla: uno apoyando la planta del pie en el asiento y el otro recostando la pierna en el asiento por debajo del otro.

Siempre era igual, tocabamos a puerta de sus padres y los papás se quedaban en esa casa. Mientras mi hermana, mi amiga y yo nos metíamos a su casa de adobe que su papá había construido, él era un francés lleno de sorpresas y talentos. Esta casa estaba muy bien construida, tenía varios cuartos, baño, cocina y comedor; tenía luz y podíamos estar ahí cuanto quisieramos.

Casi todas las memorias son gratas en esa casa y con esa amiga, excepto cuando un día un alacrán la pico dentro de ella. Aunque no estaba ahí y no recuerdo la fecha, recuerdo muy bien la noche en la que sucedió. Mi papá era el único que conocíamos con jeringas y antídoto; por lo que a mitad de la noche sonó nuestra campana de manera violenta. Todos nos despertamos aceleradamente.

Así me tocó ver al francés con actitud serena y ojos preocupados cargar a nuestra amiga, su hija, vomitando y llorando al interior de la casa. En la sala mi papá ya tenía todo listo y la inyectó sin mayor problema.

Depués de ahí la memoria es difusa, pero recuerdo que lo que siguió fue calma y que algunos días después estaríamos jugagando en esa casa de adobe como si nunca hubiera pasado nada.