9.29.2011

Möro

El viento sagrado acaricia al viajero mientras entra al valle, se manifiesta en sonidos múltiples y en visiones que asemejan recuerdos. El pasto, verde como sus ojos, baila al compás de sus pasos y la música del aire, se aprecian los cambios sutiles y se imponen los cambios bruscos de dirección. Esta marea verde pareciera fusionarse con el lago que también danza a su ritmo.

En estas mágicas melodías de agua y viento se cuentan historias que las nubes no se han llevado a otro lugar, se mantienen en esa sierra que rodea al pequeño valle. El río majestuoso camaleónicamente esconde sus miles de vertientes desde la montaña y sólo enseña un desemboque fenomenal, no es agresivo al entrar al lago, la superficie resguarda las potentes corrientes que se forman. Los antiguos espíritus que veian el reflejo de la Luna y el Sol en la misma imagen, saben que las nubes también bailan y acompañan a las corrientes.

Acompañado de estos elementos, el viajero, se colma de esta sensación de bienvenida, respira hondo, más con el alma que con los pulmones, se llena de vida mientras contempla la paradoja del tiempo frente a sus ojos. Se abandona en sus sentidos y deja que sus pensamientos observen. Al su camino aparecen dos almas viejas y amables, le indican que en esa dirección no se puede llegar a la montaña pero el viajero simplemente agradece la amabilidad y continua siguiendo al río. Él sabe que hay un puente que jamás ha visto, pero ya recorrió alguna vez.

Las nubes y el pastizal ya dibujaron un lustro de historias mientras el viajero sigue su paso, los árboles bufan y el puente se manifiesta, antiguo, firme, del tamaño del tronco que dió vida a sus maderos, húmedo y rebosante. Nada detiene el paso del viajero, sin embargo al final del puente lo espera una puerta. Al ojo desnudo del alma se manifiesta el portal que la mayoría de los hombres no ven en esa pequeña y roída portezuela de redijas. Cruzarla es un hecho inenarrable, el cuerpo se aligera, los sentidos se despiertan de un largo sueño y el alma reposa nuevamente.

El ascenso demanda atención, atención que también es víctima de un paisaje sin precedentes, la luz perfora con gentileza entre las nubes y árboles, se cuela entre rocas y dibuja estelas amarillas y azules. Se encuentra con tonos verdes por doquier, el equinoccio mando a las primeras hojas a volar, el moho es testigo de semillas que crecieron y pinos que cedieron su luz, los hongos hacen de matiz y el agua reparte lo justo.

Las caricias del viento ahora son una fuerza que apoyan la espalda del viajero y sus manos no sienten el frío o las heridas, él sabe que están dormidas, su cara colorada, su pelo cerrado, su respiración al son del momento, su vista más allá del cielo y a su oído llega un llamado telepático.
Entre las grandes rocas desnudas de la cara oriente, de abre otro portal al corazón de la montaña, ahí le susurra el viento palabras que también son recuerdo, un recuerdo puro, un recuerdo de las cosas que podía ver de niño.

El susurro era la invitación final, el viajero podía entrar...